Rashford y Sancho entraron en el minuto 120 para lanzar los penaltis, pero ambos fallaron.
Los códigos del fútbol recogen que jamás debe hacerse un cambio cuando se va a defender un córner. Gareth Southgate conoce esa norma no escrita, pero le dio igual. La prórroga ya expiraba y había decidido meter en el campo a Rashford y Sancho con el objetivo claro de que lanzaran dos de los cinco penaltis de una tanda que ya parecía inevitable. No encontró castigo en ese córner de Italia, pero su decisión se acabó revelando como un error fatal. Los dos jóvenes delanteros erraron sus lanzamientos y, aunque Jorginho y Pickford le pusieron emoción al desenlace, la postrera parada de Donnarumma a Saka confirmaron la catástrofe nacional en Inglaterra, la gloria para una Italia obligada a remar contracorriente durante los 120 minutos que duró el partido.
Fue la selección de Mancini la que sacó de centro y, así es ahora la azzurra, se dispuso a trenzar una posesión larga, moviendo el balón de inicio entre sus centrales y el mediocentro. Automáticamente, Wembley en masa arrancó a rugir para amedrentar a la selección que, curiosamente, jugaba como local. Sólo lo era sobre el papel, claro, pues las cruces de San Jorge eran abrumadora mayoría en el estadio londinense. Nunca un país gozó de tanto apoyo en una final de la Eurocopa, merced a las restricciones a los viajeros extranjeros. Total, para nada.
Wembley terminó de estallar cuando, pasados apenas 117 segundos, Luke Shaw inauguró el marcador a favor de Inglaterra. Nunca en las 15 finales anteriores de la Eurocopa se había marcado un gol con tanta premura y lo logró el lateral del Manchester United frente a una selección que, más allá de su evolución estética, había mostrado una gran solidez ofensiva a lo largo del torneo, honrado a su tradición. Todo parecía conducir a una gloriosa coronación de los Three Lions.